Si pido que nombre una personalidad en ciencia, es muy probable que piense en Einstein. Aunque sabe que Marie Curie pertenece al reducido círculo de quienes han conseguido dos premios Nobel en distintas disciplinas. Nunca se la menciona hablando de sobredotación, sí cuando reivindicamos el papel de la mujer en la ciencia, pero no cuando usamos la representación de personalidades científicas.
Sin duda hay muchas más cosas en la vida que la ciencia. Si insisto, e invito a pensar en profesionales excepcionales que nos enriquecen la vida, quizás imagine actividades artísticas, podría ser Picasso, Mozart… Por lo general sigue siendo un varón, por mucho que últimamente se empodere, justa y tardíamente a Frida Kahlo, siendo su marido quién tuvo mayor reconocimiento en su época.
Voy a seguir insistiendo, y solicitando que piense en alguien por su generosidad humanitaria, por su empatía, por su entrega personal… Ahí podría surgir el nombre de una mujer: Teresa de Calcuta, si no antepone a Gandhi.
Tenemos instalados arquetipos, y no somos conscientes de hasta qué punto nos invaden, y condicionan de forma inadvertida el día a día de nuestro pensamiento y comportamiento.
En 2011, la identificación de alumnado con alta capacidad en la CAPV, incluía a 142 escolares; es decir, el 0,08%.
En el curso 2017-2018, el Ministerio de Educación contabilizaba 564 menores con esta característica en nuestra comunidad. Se repartían en 157 chicas y 407 chicos. Lo que implicaba al 0,15% da la población escolar, cuando la prevalencia más timorata a la que se aspira, es del 3%; pudiendo alcanzar hasta al 20% de la población.
Es probable que los datos sean la punta de un iceberg excesivamente mediatizado, con una base que tiende a diluirse si no se toman las medidas adecuadas.
No estamos ante un colectivo cuantitativa ni cualitativamente insignificante, pero los prejuicios que encuentran resultan intimidatorios. Dirimir la inclusión implica tal esfuerzo y desgaste personal, familiar y social, que en muchos casos obliga a abandonar el proceso, y con las niñas se teme iniciar.
Si sobre los últimos datos, comparamos los porcentajes separados por sexo, tenemos una identificación del 0,05% de niñas, mientras que entre sus compañeros se ha reconocido al 0,1%.
Estos números dejan clara la situación, hablan por sí mismos, pocas explicaciones superan la elocuencia de estos datos. Evidencian la doble excepcionalidad que implica ser mujer y alta capacidad. Si eres alta capacidad, en nuestra comunidad perteneces a un colectivo del 0,15%; y si a la vez eres mujer, representas al 0,05%, cinco niñas de cada diez mil.
Hace años que se investiga la gran brecha existente en alta capacidad para hombres y mujeres. Hay estudios preocupantes; sabemos que aunque las chicas suelan ser académicamente más brillantes, no disponen del suficiente crédito social, su autoridad aparece mermada frente a ellos, por lo que son más reacias a proponerse para ascensos. Mimetizan en su entorno, y la expectativa respecto a la aspiración profesional que se tiene hacia a ellas, suele ser más baja.
No es habitual la anécdota que tenemos de una niña de Infantil, que tuvo el arrojo de parar a sus profesoras en el pasillo de la ikastola y pedir una reunión; alegando su necesidad de conocer, qué podía hacer ella para pasar al siguiente curso, al que empezaba a acudir en un proceso de aceleración académica. Aunque la situación es inusual, es más fácil que ocurra en Infantil, antes de verse obligadas a adoptar un rol mejor adaptado.
Si aceptamos la premisa, y partimos de que nuestro modelo social nos condiciona más sibilinamente de lo que podemos aceptar, es posible que el resto lo entendamos mejor.
Percibimos en las niñas ciertas características y otras en los niños; cuando destacan académicamente: el niño es espabilado, la niña es trabajadora. Cuando despunta por sus habilidades sociales: el niño es líder, la niña es manipuladora. Hace tiempo que ha dejado de asombrarme escuchar estos dos términos que tanto difieren, ante los mismos indicadores. Esta clasificación aparece con la mayor naturalidad y rotundidad, sin amago de duda; resulta un mensaje asumido y socialmente aceptado.
Debemos reconocer a las niñas como un colectivo desprotegido para identificar su capacidad. No es un problema suyo, sino nuestro; perciben excesivas limitaciones. Hace tiempo que nos planteamos que las pruebas que utilizamos para cuantificar capacidades cognitivas, se inclinan a un modelo social basado en habilidades valoradas en los hombres, y pueden incluir un sesgo significativo para identificar a las mujeres.
Existe demasiado reparo ante la alta capacidad, como para expresar, o trasmitir que una niña lo es. Se perciben intrusas, con una singularidad que las distancia del espacio común; en el umbral de otra realidad incierta, que tampoco parece aceptarlas. La mujer, que tradicionalmente ha sido la transmisora del modelo social, no parece dispuesta a incluirse en un estatus con tan escaso pábulo social.
Ana, con 4 años dejó de levantar la mano en clase para preguntar, cuando la pedí que me comentara sus razones, escuetamente respondió: - "Porque me va mejor".
Es imprescindible identificar a las niñas cuanto antes, su comprensión de nuestro constructo social les lleva a tomar la decisión de pasar desapercibidas. Pretenden que no se visualice en ellas esa característica; a ser posible ninguna diferencia; parece obligado no destacar. Deberíamos fijarnos en el proceso metacognitivo que implica esta herramienta, y la habilidad con que la desarrollan.
El pudor de ser nominada como alta capacidad, parece que se pretende sustituir por adoptar el término alta sensibilidad.
La sensibilidad se refiere a la intensidad de respuesta ante un estímulo. Es habitual que la alta capacidad pueda acompañarse de sensibilidad sensorial: a los ruidos, a los olores, a los sabores, al tacto: muy habitual es la molestia por las costuras. Hay alta sensibilidad a la luz cuando tienes la pupila dilatada. Pero evidentemente, no es éste el uso que se hace del término.
Bajo ningún prisma alta sensibilidad es sinónimo de alta capacidad. No explicita demasiado, pero empieza a aceptarse y popularizarse. Puede estar resultando útil para incorporar la singularidad de las mujeres sin reivindicar su posición, ¿acaso no les corresponde incluirse como altas capacidades? ¿Abandonamos la insistencia a que eclosionen sus potenciales?.
El nuevo vocablo está generando menos rechazo, cierta empatía, y hasta se percibe no agresivo decir que una niña es altamente sensible, a confirmar que presenta altas capacidades; acaso ¿coloca a la mujer en el lugar que le corresponde? ¿Seguimos en el debate ético defendido por Clara Campoamor?.
Hemos tardado un siglo en hacer pruebas fehacientes para baremar distintas habilidades. Es un logro científico, ¿excluimos de él a las mujeres y las dotamos de un término para transcurrir por lo personal y subjetivo?.
Torcer el rumbo, renunciar y abandonar la consensuada denominación que tanto esfuerzo está costando que se acepte, no es un logro; más parece un retroceso, un nuevo gesto de marginación; paradójicamente un acto de insensibilidad, que promueve la dejación respecto a la alta capacidad.
Nuestra sociedad en su conjunto es responsable ante este tema, pero también es cierto que no todas las personas y organizaciones pueden favorecer acciones en la misma medida.
Después de muchos años insistiendo en la necesidad de un cambio social, de modificar la percepción respecto a este colectivo, por fin triunfa el modelo psicosocial que hemos elaborado y reivindicado, y el Departamento de Educación de Gobierno Vasco replica nuestros fundamentos en su Plan de Atención Educativa para el Alumnado de Altas Capacidades.
Es un gran paso hacia delante, pero no hay tiempo para la complacencia; queda tanto por hacer…
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